Universo, 2017
Mi infancia y adolescencia, la viví en Arica en el desierto más seco del mundo, el desierto de Atacama. En el día es un cielo de un azul cerúleo intenso, sin nubes por lo que no llueve, el sol brilla con todo su esplendor y se ven los cerros en miles de gamas de colores de amarillos y dorados, desde el inicio de nuestra mirada hasta la perdida de ella en el horizonte, abarcando varios kilómetros no existe, ni una sola planta. En este desierto y soledad, al llegar la noche uno puede escuchar el silencio del Universo y puede ver en este cielo completa la Vía Láctea, este contacto con la naturaleza que desde pequeña me impactaba e intrigaba. Era el mismo escenario de nuestros pueblos originarios de mi tierra, y está muy presente, en la cosmovisión de las culturas prehispánicas y de los pueblos aymara y quechua. Ellos tienen el Alaxpacha o Arajpacha, el mundo intangible, donde viven sus espíritus sagrados, el sol, la luna, las estrellas, también el arco iris, las nubes y los fenómenos de la naturaleza provenientes del cielo.
Otro pueblo originario al sur de mi país, es la etnia mapuche (huilliches, mapuches, pehuenches, picunches, entre otros), también tienen su cosmovisión ligada al Universo, todas sus ceremonias y ritos están acompañadas con el sonido del kultrún, instrumento con 4 figuras, el sol, la luna, la estrella y el lucero. Sus antepasados, los espíritus del bien y la familia divina viven en un espacio sagrado e invisible el Wenu Mapu (la tierra de arriba), podríamos asimilarlo a nuestra cultura occidental cristiana, al cielo o al paraíso.
Otra de nuestras culturas, es la Rapa Nui, donde podemos ver la importancia del firmamento, con el nombre de la isla Mata ki te rangi que significa “ojos que miran al cielo”. Es más, los únicos moais que están orientados hacia el mar, son los 7 moais de Ahu A Kivi, situados en dirección a las estrellas de Tautoru (los tres bellos) o las tres principales estrellas del cinturón de Orión, ubicadas como su nombre lo indica en uno de los brazos espirales de la Vía Láctea, el brazo de Orión, donde también está el Sol.
La fascinación por el Cielo, no es sólo de nuestros ancestros, en nuestra sociedad actual, seguimos mirando el firmamento, imaginándonos e investigando que nos puede develar el Universo. Aún hoy, para nosotros es un gran misterio, Chile es un país privilegiado, donde tenemos cerca del 80% de todos los observatorios ubicados en el hemisferio sur, entre ellos, Paranal el más grande en la actualidad.
Esto me ha motivado, a investigar y descubrir realidades más allá de lo visible, en lo intangible, a través de, una convergencia del arte, las ciencias y la tecnología. Las tres áreas que han sido el pilar de mi vida y que ahora son parte también de la nueva estética contemporánea y de los desafíos del conocimiento de la sociedad actual. El eje de investigación es la integración de estás, tres áreas del conocimiento, ha través de la desmaterialización, intervención, integración de imágenes provenientes del mundo científico, de la medicina, la biología, la astronomía, entre otras. Posteriormente, como el proceso de momificación, re-interviniéndolas, con técnicas y materiales utilizados por las culturas ancestrales, principalmente, las culturas andinas aymaras, con sus materiales y formas con los que estoy familiarizada desde mi infancia y con los que investigó su materialidad, desde hace más de una década.
Claudia Ortega